lunes, 3 de agosto de 2009

Al cazador de crepúsculos








Al mirar a través de la ventana, en la cocina, he recordado los atardeceres del barrio Yungay. Las enmarcadas ampliaciones fotográficas en el muro, al costado de la mesa, en el comedor de tu depa en calle Libertad. Querido amigo Marcelo, se que tu fortaleza te permitirá pasar sin demasiados tropiezos esta etapa de achaques y malestares. Por eso y por un montón de palabras sabias que compartiste conmigo, por tu andina generosidad, te dedico esta secuencia de imágenes –no esta mal que nos acordemos de los amigos fotógrafos con una fotografía, ¿o si?- que dan forma a la panorámica del crepúsculo amazónico, captada desde el techo de la casa que ocupo en Iquitos.
Ya me voy, ya me voy yendo… del Perú.
Me ha caído la teja que no por nada la historia oficial de Chile da cuenta de los lazos entre nosotros. Si hasta el “director supremo” vino a descansar los huesos a esta tierra –y que según los cawineros de la época, alcanzó a exclamar ‘Magallanes’ en “postrer suspiro”- y ya me van faltando dedos en las manos para contar los “compatriotas” con los que me he “topado”. Vizzio, Golpe, Noble, Lan… entre los más conocidos.
La historia de miseria y desigualdad se comparte de cabo a rabo. Aquí, al igual que allá, es el reino de “los emprendedores y pequeños empresarios”.
Los emprendimientos van desde la mujer que vende en las esquinas el localmente apreciado aguaje –fruto de una palmera y que tiene, pa’ mi, sabor a palta desabrida, a veces sólo con sal, en otras convertido en jugo o helados con azúcar y a la que cierta mitología local le achaca la abundancia de mujeres en la población, ya que generaría un exceso de hormonas femeninas en el aparato reproductivo de los hombres que la consumen- y que comparte “oficina” con los “cambistas”, personajes parecidos a los prestidigitadores –ahora lo ve, ahora no lo ve- del cuento santiaguino “Pepito paga doble”, con la diferencia de que estos, los cambistas iquiteños, no usan “palo blanco” –un socio mezclado entre los mirones e incitador en la estafa de ambiciosos e incautos - sino billetes falsos o gruesos fajos de baja denominación para “emborrachar la perdiz” de quienes se atreven a usar sus servicios.
El mercado, el sagrado dios de mi pequeño país, es también ídolo de quienes “la llevan” por acato. En todo caso, no debería haber mal que durara cien años ni tantos weones que lo aguanten… sin hacer nada.
Al pasar varios días en esta ciudad, caminarla y conocer un poco sus barrios y su gente, he podido considerar una serie de elementos que me permiten corregir una apreciación de la realidad que hice, a los pocos días de llegar, a un “franchuto”, al bello tipo llamado Sebastian, con quien compartimos por algunos días el lugar de hospedaje –Samantha II, en la calle Echenique- y unas botellas de mosto chilensis que felizmente encontramos, conversamos y bebimos. Las diferencias entre esta tierra y el sure, a las que hacía mención en aquel diálogo no alcanzan a tanto. Se podría decir –y esta vez sin temor a equivocarme- que lo que cambian son las moscas. Y me corrijo públicamente por andar diciendo weás -a veces- al vuelo.
Me despido por un tiempo de quienes acceden a este sitio… Parto en dirección a mi objetivo primario. En todo caso, no se cambien de canal… voy y vuelvo, ya que “sordao’ que arranca, sirve pa’ otra batalla”…